Defendiendo los álbumes de toda la vida
Hace años, lo que más te entusiasmaba después de un viaje, era ir corriendo a revelar los carretes de mi compacta para ver las fotos de esas vacaciones y empezar con el nuevo álbum que adornaría mi estantería.
Pero con la compra de mi primera cámara digital comenzó el declive. Tras echar un ojo a las fotos que había hecho, editar algunas de ellas para mejorarlas, luego nunca me acordaba de ir a imprimirlas. Qué más daba!!, si siempre las podía ver en mi ordenador.
Craso error: como mucho volvería a verlas cuando alguien me las pidiese o cuando tuviera que hacer una copia de seguridad de mi disco duro.
No obstante, cada vez que estoy de visita en casa de mis padres, me encanta volver a ver aquellas fotos, amontonar álbumes y ojearlos tranquilamente en el sofá del salón.
Por eso, hoy defiendo la práctica del álbum después de las vacaciones: las tardes de pegamento y tijeras, seleccionando, recortando, ordenando y lo más importante, recordando los buenos momentos, las anécdotas, lo compartido..
Y es que no hay cosa que más de guste que recordar algo que ya pensaba haber olvidado.