Domingo slow

Es domingo y fuera llueve a mares.

Esta semana ha sido dura: un virus ha hecho de las suyas en casa y nuestro relax vacacional ha desaparecido gracias a una gastroenteritis compartida madre-hijo. Y ha llegado el fin de semana y tampoco consigo enfocarme en alguna actividad «productiva». Noto mi cabeza llena de niebla, por un lado luchando por sacar adelante algún proyecto que me sirva de palmadita en la espalda, por otro, pidiendo a gritos una pausa «de verdad» para volver a enfocarse y aprovechar el tiempo.

Y esta lucha interna ya me tiene un poco cansada. Saber que necesito parar pero sentirme al mismo tiempo mal por hacerlo es un sinsentido. Aunque sé que es algo tan común que lo pasamos por alto y seguimos con nuestro día a día sin darle mayor importancia.

Acabo de pasearme por mi feedly leyendo un par de blogs acerca de ese minimalismo vital que parece ha resurgido en los últimos tiempo, ese «slow-life» que ahora vende tanto y que sinceramente a veces me huele a moda pasajera. No por lo que ese tipo de movimiento defiende, si no por la forma en que muchos lo ilustran.

Y este es un domingo «slow»: el tiempo pasa lentamente y de momento sólo he conseguido escribir estar líneas y tomarme un té con leche para ver si entro en calor.

Y mañana, al volver al trajín diario, seguro echo de menos esta parsimonia vital que hoy me acompaña. Pero eso ya será mañana, hoy todavía quedan algunas horas de lluvia que disfrutar.

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